Foto por LightFieldStudios  en Envato

Los llamados “dientes de leche”, que tenemos desde entre los seis y 12 meses hasta aproximadamente los nueve años, son una maravilla de la naturaleza. Son 20 piezas dentales que aparecen para ayudarnos en la alimentación (y, desde épocas primitivas, a defendernos de ataques), y constituyen una adaptación natural al tamaño de nuestras bocas, pues un diente como tal no crece, sino que inicialmente tenemos dientes pequeños y son reemplazados por otros  más grandes (que suman 32 piezas) cuando nuestra boca adquiere el tamaño propio de la adultez.

El Ratón Pérez o el Hada de los Dientes son una hermosa excusa que los dientes de leche nos dan para comunicarnos con nuestros niños, enseñarles sobre manejo del dinero y sobre los avances en las etapas de la vida. Incluso hay datos biológicos interesantes, como que el pez gato tiene 9.280 dientes, que los dientes más grandes son los colmillos de los elefantes o que un cocodrilo puede cambiar 50 veces de dentadura, aunque el “pájaro pluvial” o “pájaro dentista” se los limpia frecuentemente.

A pesar de tratarse de piezas transitorias, los dientes de leche requieren del mismo cuidado que los dientes definitivos. El cepillado, la seda dental y el control odontológico dos veces al año previenen dolores, caries y, muy especialmente, los problemas derivados de la salida de los dientes de adulto, pues muchas veces estos no logran salir de forma correcta y se tuercen, generando deformaciones y dificultades posteriores que pueden llegar a requerir complejos y costosos trabajos de ortodoncia.

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